La
Obsesión por el Trabajo
Están
ya lejanas aquellas épocas en que trabajar se consideraba un castigo.
Y así, la etimología de la palabra trabajo nos lleva a encontrar en
castellano los términos laborar, obrar, derivados del latín vulgar tripaliare,
que significaba torturar, pues provenía del tripalium, un instrumento
de suplicio similar a un cepo. Y quizá todavía quedan restos de esta
realidad en latitudes y sociedades del castigado Tercer Mundo –que
nunca hay que olvidar–, o en ambientes marginales de países desarrollados.
Pero hoy, por fortuna para la mayor parte de los miembros de nuestra
sociedad desarrollada, la labor profesional, la ocupación responsable
y remunerada, es un deseo y un derecho que todos buscamos. El trabajo
es una fuente de desarrollo personal y social, facilita la madurez psicológica
y emocional, obtiene beneficios materiales necesarios para mantenerse
y adquirir propiedades, es cauce de relaciones interpersonales, de servicio
a los demás e incluso, si se quiere ver así con perspectiva trascendente,
es la co-laboración del hombre con Dios en la co-creación material y
espiritual del mundo. Es, pues, un caudal enriquecedor y satisfactorio
que lógicamente anhelamos y deseamos para nosotros y para los demás.
Precisamente por todo eso, su ausencia o el temor de perderlo, es ya
la causa del primer desasosiego que amenaza su misma existencia. Por
otro lado, una excesiva devoción a trabajar, derivada casi siempre de
trastornos obsesivos, de personalidades ansiosas, es también motivo
de problemas de salud psíquica y física a través de mecanismos complejos
que forman parte de lo que denominamos estrés. El Diccionario de la
Real Academia define el estrés como la “situación de un individuo vivo,
o de alguno de sus órganos o aparatos, que por exigir de ellos un rendimiento
muy superior al normal, los pone en riesgo próximo de enfermar”.
La
obsesión por el trabajo, algunas veces presente por puro exceso de ambición
y otras por las razones psicológicas y del propio carácter perfeccionista
y de alta autoexigencia, incapacidad para delegar funciones, etc…
es en sí mismo un trastorno pues este exceso patológico y habitual de
productividad acaba produciendo cansancio, ansiedad y depresión. Además
de incidir negativamente en las personas del entorno, por el abandono
de la familia, las amistades y las necesarias actividades de ocio y
descanso.
Fuente: La Voz
de Asturias – Angel García Prieto